¡Ah, Liubliana! Escucha a este viejo lobo de mar (o más bien, de aeropuertos), que de eso de patear ciudades sé un rato. Si vas a Liubliana, prepárate, porque te vas a enamorar. Es de esas ciudades que, sin hacer mucho ruido, se te meten bajo la piel. Y mira que he visto unas cuantas, pero esta tiene un "algo" especial.
Lo que no te puedes perder de verdad
Lo primero que tienes que hacer es dejarte llevar por el río Ljubljanica. Es el alma de la ciudad, te lo juro. Pasea por sus orillas, que están llenas de terracitas con un ambiente que da gusto. Y claro, el Puente de los Dragones... ¡fotaza asegurada! Es como el emblema de la ciudad, un poco rollo Game of Thrones pero en plan cuqui. Y si te atreves, cruza el Puente Triple, que son tres puentes pegaditos, ¡un puntazo!
Un castillo que no da pereza
Por supuesto, tienes que subir al Castillo de Liubliana. Pero no te agobies, no es de esos que te hacen sudar la gota gorda. Puedes ir andando si te sientes con energía, que es un paseíto agradable, o coger el funicular, que te sube en un periquete y las vistas ya empiezan a ser de diez. Una vez arriba, disfruta del panorama: la ciudad a tus pies, el río serpenteando... ¡es una postal! Y si tienes un rato, échale un vistazo a las exposiciones de dentro, suelen ser interesantes.
Para patear sin mapa
Luego, piérdete por el Casco Antiguo. Aquí no hay truco, solo pasea y déjate sorprender. Calles empedradas, edificios con encanto, alguna placita escondida... Es como un cuento. Vas a ver tiendas de artesanía monísimas y seguro que encuentras algún café con sabor a verdad. Y ya que estás, acércate a la Catedral de San Nicolás, que por fuera es imponente y por dentro te dejará boquiabierto.
Naturaleza en plena ciudad
Y si te apetece un respiro, el Parque Tivoli es tu sitio. Es enorme, verde y perfecto para desconectar un rato. Puedes pasear, alquilar una bici o simplemente sentarte en un banco a ver la vida pasar. Es el pulmón de la ciudad y se agradece muchísimo.
Un consejo de viejo viajero
Liubliana no es una ciudad de grandes monumentos que te griten "¡Mírame!". Es más de detalles, de ambiente, de sentirte cómodo. Así que mi consejo es que no te agobies con mil planes. Dedica tiempo a pasear, a sentarte en una terraza, a observar a la gente. A veces, las mejores experiencias de un viaje no están en las guías, sino en esos pequeños momentos que no esperas.

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