¡Amigos y amigas del aire! El viajero curtido en mil cielos y en unas cuantas turbulencias, sé que hay un temor que, para muchos, se cuela sigilosamente cuando nos abrochamos el cinturón: ¿Y si algo falla ahí arriba? Esa duda sobre si un error crítico podría arruinar nuestro viaje...
Pero dejadme deciros algo, y esto no lo digo yo, sino la ciencia y la ingeniería: volar es, estadísticamente, una de las formas más seguras de viajar que existen. Una y otra vez, los expertos nos lo repiten. Y creedme, tras horas y horas de vuelo, uno empieza a confiar ciegamente en esa afirmación.
Aun así, por mucho que nos lo digan, los miedos irracionales persisten. Y de todos ellos, hay uno que se lleva la palma: las turbulencias. Ese bamboleo, ese pequeño o gran traqueteo que hace que se nos escape un "¡uy!" o que sujetemos la bandeja con más fuerza de la necesaria. ¿Puede un avión caerse por culpa de una turbulencia? ¿Es real ese miedo a que las alas se rompan?
Aquí es donde entra en juego la sabiduría de expertos como el ingeniero Sergio Hidalgo, quien ha puesto los puntos sobre las íes en pódcasts como 'The Wild Project'. Y su respuesta es categórica y, para mí, tranquilizadora: las alas de un avión están diseñadas para doblarse hasta límites que ni siquiera imaginamos antes de llegar a romperse. Piensa en la flexibilidad de una vara de pescar, pero a una escala monumental. Haría falta una corriente de aire de una magnitud que, simplemente, no se genera de forma natural en las rutas de vuelo. En pocas palabras: es prácticamente imposible que una turbulencia tenga un efecto grave sobre la estructura del avión.
Entonces, ¿cuál es el verdadero peligro de las turbulencias, según Hidalgo? ¡No es el avión! El peligro real es interno: las turbulencias pueden provocar que las personas que no llevan el cinturón de seguridad abrochado sufran accidentes dentro de la cabina. Caídas, golpes... Es ahí donde radica el susto, no en la integridad de la aeronave.
Así que, la próxima vez que el avión comience a bailar un poco, recuerda este consejo de oro: ¡mantén el cinturón abrochado! Es tu mejor amigo en el aire, ese pequeño gesto que te asegura que, aunque el vuelo tenga su punto de "movimiento", tú estarás seguro y en tu sitio. Volar es seguro, y entender un poco cómo funcionan estas maravideñas de la ingeniería nos ayuda a disfrutar del viaje, ¡sin sobresaltos innecesarios!


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