FIN DE AÑO EN LISBOA - 24 HORAS (1º PARTE)
Marvila, el barrio secreto de Lisboa
El Tajo pasa por delante, pero apenas se ve, tapado por contenedores
de colores, grúas inmóviles, barcos que no navegan, autovías de a 50 que
nadie respeta y almacenes que ya no almacenan. Al barrio lisboeta de
Marvila no llegan los
tuk tuk, y el café aún sale por 50 céntimos; no hay tiendas de
souvenirs
y en la barbería La Moderna nadie recuerda cuándo le pusieron tal
nombre; otras tiendas ni lo tienen, les basta colgar en la calle
orinales, escobas, cubos. O escribir: “Se expurgan muebles”. En Marvila
no hay monumentos, pero sí enormes almacenes en descomposición donde
arrastraban mercancías hombres de mono azul y manos como raquetas. Ahora
quedan los esqueletos de sus naves industriales, espacios vacíos en la
orilla de la rutilante Lisboa pero a precio de barrio decadente. Copado
el Chiado, el Bairro Alto o la Baixa, los jóvenes creadores y
emprendedores ven el futuro donde durante todo el siglo XXI solo ha
habido decrepitud. Ahora, para descubrir lo último de Lisboa, de
galerías de arte a cervezas caseras, hay que pasarse por Marvila.
10.00 Café con calma
Las mañanas son de los jubilados, que se reúnen en la
plaza David Leandro da Silva,
con su quiosco de periódicos y el único urinario al aire libre de la
ciudad. Un transistor anónimo reproduce fado tras fado. Es lo único que
se escucha en esta placita triangular protegida por dos ilustres
almacenes de vino del siglo XIX. En el de
José Domingos Barreiro (1, pinche sobre el mapa para verlo ampliado)
su gran reloj se paró en las cuatro y algo, cuadrando la nostálgica
canción de Luis Eduardo Aute. Los dos ritmos de este barrio, las dos
vidas paralelas, se reflejan en sus horarios comerciales. A primera
hora, los mecánicos se calientan en el
Café Velho (2) y en
A Doca (3),
lugares de toda la vida donde nunca falta un poco de conversación antes
de empezar a recauchutar neumáticos. A media mañana abre
Café com Calma (4),
nombre oportuno, porque si el portugués es de natural calmado, el café,
paradójicamente, se lo toma deprisa, quizás porque al final del día no
serán uno ni tres; este local, además del nombre, invita al
relajamiento, con la estética imperante en Lisboa de dejarlo todo como
está, la decoración de no-decoración; no faltan las banquetas de
formica, las sillas y mesas cada una de su padre y de su madre, y
paredes limpias de adornos. Aquí la clientela es recién llegada, joven y
extranjera, con trabajos que necesitan de muchas palabras, y en inglés
para definirse:
community manager, brand activator y cosas así. Aquí no vienen por pegar la hebra sino porque hay wifi.
12.00 Paseo por el Tíbet y el barroco
A media mañana comienza la vida en el
LXWH, o sea en el
Lisbon Work Hub, o sea en los cubículos de
coworking (espacios compartidos de trabajo) en que se ha transformado el otro gran almacén de vinos de la plaza,
Abel Pereira da Fonseca (5). Su fachada
art déco,
con su rosetón acristalado y su balconada a la plaza, dice mucho de su
glorioso pasado. En el lateral del edificio, enormes grafitis de
ballenas y cachalotes recuerdan que por allí se ve el mar, que es como
los turistas llaman al Tajo. Destrucción y construcción conviven sin
hacer ruido. Hay que pasear pacientemente para percibir los detalles de
que los nuevos diseñadores del mundo viven por aquí dentro: un muro de
cemento ha quedado forrado de madera de pino, gracias a la inquietud del
equipo de
Vertigo (6), donde enseñan a escalar. Tampoco es fácil descubrir, en la calle del Azúcar,
Asian (7), almacén de muebles tibetanos a lo bruto, llegados desde el más allá pero ya con los precios de acá. En la
calleja del Capitão Leitão (8) la señora Mafalda cuelga en la calle las ropitas de su bebé, que hoy no llueve, frente a las galerías de arte
Murias Centeno y
Ar Sólido.
El vecino Joan Maria está con su pincel y su caballete restaurando un
cuadro del siglo XVIII; otros compañeros replican la biblioteca de la
Universidad de Coimbra para la finca de un millonario con inquietudes.
14.00 Cervezas caseras luso-estadounidenses
Antes de almorzar igual está abierta la fábrica de cerveza de
Dois Corvos (9),
otra de las muchas iniciativas promovidas por parejas mixtas: la
portuguesa Susana Cascais y el norteamericano Scott Steffens, ella
profesional del
marketing, él ingeniero de
software.
Se conocieron en Estados Unidos pero se dedican aquí a la cerveza
casera. Ya van por 2.000 litros al mes, con marcas de diseño que colocan
en los restaurantes y en su
Cervezateca. Las opciones para almorzar van de la cocina de diseño del
Entra (10), de Pedro Marques, con una cocina de diseño (19,50 euros el menú), al
A Concha (11),
el restaurante de barrio de toda la vida, donde no falta el rodaballo
ni el centollo y al menú le cuesta llegar a los 10 euros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario