VIAJE RECOMENDADO POR NUESTRA AGENCIA
Budapest de cuento (2º PARTE)
Podemos seguir, desde la animada plaza Vörösmarty, por la larga y
comercial calle Váci, o bordeando el río, para disfrutar de sus
emblemáticos puentes: el de las Cadenas, el blanquísimo de Isabel, en
honor a la emperatriz Sissi; y el Libertad, probablemente el más bonito,
de color verde, decorado con el legendario Turul, el águila adorada por
los magiares.
Desde Pest, las vistas de Buda y del río son también impresionantes,
sobre todo por la noche. En ese momento, dice György Konrád en
Viaje de ida y vuelta,
se siente un nudo en la garganta como cuando “se abren las cortinas en
la ópera y un fantástico escenario emerge de la oscuridad”. Al pie del
Parlamento, una sobrecogedora hilera de zapatos en bronce recuerda las
espeluznantes ejecuciones de judíos al borde del Danubio que tuvieron
lugar entre 1944 y 1945. Nunca faltan flores y velas. Konrád se salvó
refugiándose en casas que algunas embajadas habilitaron como
dependencias diplomáticas; entre ellas, la sueca de Raoul Wallenberg y
la española, cuyo embajador, Ángel Sanz Briz, desde octubre de 2015 da
nombre a una calle de Budapest.
Llegados al puente de la Libertad, pasamos por el Mercado Central,
donde compramos paprika y salami; por el neoclásico Museo Nacional,
fundamental para sumergirnos en la agitada historia húngara, en cuya
escalinata empezó la revolución de 1848 tras entonar el poeta Sándor
Petöfi su
Canto nacional. Enfrente hay una serie de
interesantes librerías de lance. Siguiendo hacia la calle Rákoczi,
llegamos al barrio judío, al que nos abre sus puertas su imponente
sinagoga de aires bizantinos, la más grande de Europa con sus dos torres
rematadas con cúpulas de estilo oriental. Se ha convertido en la
principal zona de ambiente juvenil y nocturno, donde conviven tiendas
kosher con mercadillos que venden desde antigüedades a
souvenirs
con la efigie del legendario futbolista hungaroespañol Puskas. Lo más
destacable son los bares-ruina, en edificios destinados al derribo y de
indescriptible estética alternativa, como el Szimpla, donde disfrutamos
de una cerveza con música de fondo, entre jóvenes ejecutivos y artistas
alternativos.
El ambiente desenfadado contrasta con las tragedias vividas en esta
zona por los judíos en 1944 y por los húngaros en general en 1956, como
recuerdan las fachadas aún heridas de metralla; desde aquí hasta la zona
del cine Corvin estuvieron los últimos focos de resistencia contra los
soviéticos. Extraña combinación que quizá ha llevado al premio Nobel de
Literatura Imre Kertész, que sobrevivió a Auschwitz, a temer que la
nueva Budapest alegre y turística termine convirtiéndose “en una ciudad
sin memoria”. Atormentada memoria que animamos al viajero a sondear a
través de algunas de sus obras, como
Sin destino o
Liquidación; o las de otros escritores como
Una fiesta en el jardín y
El reloj de piedra, de György Konrád;
Liberación y
¡Tierra, tierra!, de Sándor Márai;
Libro del recuerdo, de Péter Nádas;
Armonía celestial y
Versión corregida, de Péter Esterházy; o en películas como
Sunshine, del oscarizado István Szabó.
Las caminatas requieren descansos, y qué mejor que en sus
tradicionales cafés de pasados imperiales, que fueron y son aún lugar de
encuentro de escritores y artistas. Sándor Márai decía que “sin cafés
no hay literatura”. Cafés como el Ruszwurm, en Buda, que destaca por su
pastelería; al igual que el mítico y coqueto Gerbeaud, en Pest. De
obligada visita es el espectacular y neobarroco New York, convertido en
almacén durante la dictadura comunista; sin olvidar los Central,
Eckermann, Astoria —testigo de no pocos episodios históricos—, Luckács,
Múvész, o el neorrenacentista de la librería Alexandra.
Estos tres últimos están en la majestuosa avenida Andrassy,
patrimonio mundial junto a Buda. Andrassy es la avenida más larga,
señorial y elegante de Budapest desde los tiempos del imperio
austrohúngaro. Allí, y en sus aledaños, se encuentran las mejores
tiendas, cafés, restaurantes, palacios y mansiones más representativos
del esplendor decimonónico de Budapest. También lo mejor de la oferta de
conciertos, teatros, ópera y musicales que ofrece la agenda cultural de
Budapest.
En el tramo que va del río a la plaza Oktogon, cruzada por la animada
avenida Teréz y su continuación Erzsébet, cabe destacar sobre todo la
reputada Ópera Nacional, un edificio neorrenacentista italiano que
recuerda a la de Viena o Dresde. Tuvo entre sus directores a Gustav
Mahler. Enfrente se halla el monumental palacio Drechsler.
Cerca, en la calle Nagymezó, están los teatros Thalía, Miktoszkopy y
de la Opereta. Y en la paralela de Liszt Ferenc, llena de restaurantes y
de agradables terrazas, podremos disfrutar de la Academia de Música
Franz Liszt, con sus bellos interiores estilo secesión, su imponente
vestíbulo de cerámica Zsolnay y sus dos salas de conciertos. Fue fundada
por Liszt, creador de las
Rapsodias húngaras, y contó entre
sus alumnos con Béla Bartók (los melómanos harán bien en visitar la casa
de este compositor húngaro, autor de los geniales seis cuartetos de
cuerda, en las colinas de Buda, en Csalán út, 29).
A partir de la plaza Oktogon se agrupan museos y mansiones, muchas de
ellas destinadas a embajadas, entre ellas la española. En el número 60
se halla un lugar de triste recuerdo, la que fue sede en 1944 de los
cruces flechadas —los nazis húngaros— y después del temido y odiado AVO,
la policía política comunista. Allí unos y otros torturaron y
ejecutaron por estrangulamiento en sus celdas y patio que hoy se pueden
visitar en lo que se llama el Museo del Terror. Está salpicado de vídeos
en los que los supervivientes cuentan sus tristes experiencias. También
se pueden ver las ejecuciones de los dirigentes nazis húngaros, así
como la pantomima de juicio al que fueron sometidos en 1956 Imre Nagy y
su gobierno antes de ser ejecutados por el régimen comunista al servicio
de Moscú.
En el 69 de Andrassy tenemos la Casa Museo de Franz Liszt, y, al
lado, la Academia de Bellas Artes y el teatro de Marionetas en sendos
edificios neorrenacentistas de estilo italiano. Siguiendo por Andrassy
llegamos a la circular y elegante plaza Kodály, donde se halla el museo
homónimo y el palacio Palavicini. Podemos seguir andando para ir
descubriendo las maravillas de la avenida; pero si nos cansamos, tampoco
está de más tomar la línea de metro que la recorre, cuyas pequeñas
estaciones nos llevarán a otros tiempos. Construida en 1896, Budapest
tiene el honor de tener la primera línea de metro de Europa continental y
la segunda del mundo, después de Londres.
Andrassy termina en la plaza de los Héroes, a uno de cuyos lados se
halla el imprescindible Museo de Bellas Artes. Muy cerca, el parque
Városliget, con su curioso zoológico modernista, el castillo de
Vajdahunyad sobre el lago y los baños termales de Széchenyi.