martes, 5 de enero de 2016

VIAJE  RECOMENDADO  POR  NUESTRA  AGENCIA
Budapest de cuento (1º PARTE)
 

Budapest es de esas ciudades cuyo halo decadente realza su encanto. Pese al rigor y el ostracismo al que fue sometida por la dictadura comunista, aún conserva ese aire “señorial e imponente” que le da el aspecto de “ciudad protagonista de la historia”, como dice Claudio Magris en El Danubio, aunque ya de “una Europa después del espectáculo”. No consiguieron imponerle el “color gris del comunismo” que impregnó a la Europa del Este, como recuerda el escritor Péter Esterházy. No perdió, al menos del todo, la vitalidad tanto de sus teatros y óperas como de su alegre vida nocturna, ya famosa en el imperio austrohúngaro, lo que le permitió seguir siendo comparada con París o Viena.
Con o sin rumbo fijo, lo más aconsejable es dejarse llevar por sus calles y plazas. A cada paso nos sorprenderá la belleza de algún edificio barroco, neoclásico o modernista. Descubriremos acogedores cafés y restaurantes decimonónicos donde degustar un goulash o pollo al paprika con galuska, una copa de tokay o pálinka y una tarta Dobos… Con razón Budapest se ha convertido en un gran plató cinematográfico europeo, lo que le ha valido el nombre de Hollywood del Danubio.

Mapa de Budapest.
Mapa de Budapest. / Javier Belloso
El Danubio, no muy azul, “turbio, sabio y grande”, en palabras del poeta Attila József, divide y une a la vez a una ciudad que hasta 1873 fueron dos, Buda y Pest. Situada en un lugar privilegiado, fue objeto de continuas invasiones a lo largo de la historia. Fue celta y romana, otomana y austrohúngara, musulmana y cristiana con una importante presencia judía. Ha vivido momentos de esplendor a caballo de los siglos XIX y XX. También de destrucción varias veces: las últimas en los combates de 1945 y, en parte, durante la invasión soviética de 1956 tras intentar el gobierno de Imre Nagy un “socialismo en libertad”. Lo que ha marcado el carácter de sus gentes, que se aprecia en su literatura, impregnada como dice Magris de esas heridas y de una “sensación de abandono y soledad”.
Buda es la ciudad medieval. Fue capital de todos los ocupantes de Hungría; cárcel de los cabecillas revolucionarios decimonónicos; refugio de serbios y griegos que en su día huían de los otomanos, o, siglos más tarde, de intelectuales que como Thomas Mann lo hacían de los nazis. Es un placer deambular por sus tranquilas callejuelas empedradas y casas barrocas de cálidas fachadas que nos llevan a la inmaculada iglesia de San Matías en el Bastión de los Pescadores, a la residencia presidencial y al Palacio Real, en el que se ubica la Galería Nacional, con su amplia panorámica del arte húngaro desde el medievo.

Una mujer contempla el Palacio Real de Budapest. / F. Goncalves
Desde aquí se puede ir hacia Obuda (la vieja Buda) y sus ruinas romanas de Aquincum, o hacia la ciudadela y a uno de los distintivos de la ciudad, el épico y femenino monumento en honor a la “liberación” del país por los comunistas en 1945, reconvertido popularmente en símbolo de haberse librado de ellos en 1989. Ironía del destino a la que se le podría aplicar lo que Esterházy dice de Budapest en La mirada de la condesa Hahn Hahn: “Cada instante de la ciudad desafortunada encierra en sí una ciudad afortunada que ni siquiera ella sabe que existe”.
Palacio Real de Budapest.Para subir a Buda lo mejor es el viejo funicular o el autobús, pero para bajar se recomienda callejear y luego recorrer su base a ras de río para observar la imponente estatua del obispo Géllert, situada donde fue despeñado en 1046; la curiosa iglesia-cueva de San Esteban frente al hotel Géllert; el barrio de Vivizaros o la tumba del venerado derviche otomano Gul Baba.

Parlamento neogótico


El bistró Castro, en Budapest. / Ingolf Pompe
Una taberna en Budapest.Desde Buda se disfruta de unas vistas espectaculares de Pest y del Danubio, con el vergel de isla Margarita al fondo, donde los lugareños disfrutan paseando el fin de semana o asistiendo a una ópera al aire libre en verano. De estas vistas sobresale el impresionante y neogótico Parlamento, de 1904, con su monumental cúpula. Merece la pena su visita. Guarda en sus interiores el tesoro real con la corona llamada de San Esteban, y su peculiar cruz inclinada que recoge el escudo nacional. Cerca está la basílica de San Esteban, símbolo de la identidad nacional religiosa.

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