BULGARIA ...
Como ocurre con muchas ciudades de la Europa oriental, la poco prometedora llegada a Sofía hace difícil imaginar que la capital de Bulgaria pueda llegar a ser una seria competidora de Praga y Budapest como un nuevo e importante destino turístico en el este europeo. El primer tramo del trayecto entre el aeropuerto y el centro de la ciudad ofrece una visión de interminables barrios de aspecto soviético, recuerdo de los años duros del comunismo, e incluso algunas fábricas en lontananza; pero el paisaje urbano cambia rápidamente cuando se avanza hacia el corazón de Sofía: parques, terrazas, bellas avenidas, edificios imponentes, iglesias, mezquitas turcas, una sinagoga sefardí modernista de principios del siglo XX... Y todo ello a precios más que razonables, porque Bulgaria pertenece a esa Europa en la que todavía es posible tomarse una copa en una maravillosa terraza por el equivalente a un euro y medio, o cenar dos platos y postre en un estupendo restaurante, con vino de la tierra (un tinto espeso y con cuerpo muy decente), por 10 euros.
De oeste a este, la calle de Tsar Osvoboditel recorre el corazón de Sofía y la mayoría de sus monumentos, desde el Palacio Presidencial hasta el Museo Arqueológico, pasando por la Iglesia Rusa o la catedral de Alexander Nevski. En la puerta de esta imponente iglesia ortodoxa de mediados del siglo XIX se instala un mercadillo en el que se venden desde iconos hasta letreros lacados en cirílico o las inevitables figuras de los líderes del comunismo. Más allá de la universidad, donde termina el cogollo de Sofía, se extiende el barrio diplomático, un lugar perfecto para pasar una tarde caminando entre elegantes mansiones de principios del siglo XX. Un poco por todas partes, en la ciudad hay puestos que venden libros: como señalaba recientemente un artículo de The Washington Post sobre Bulgaria, un lugar donde se vende tanta letra impresa en la calle produce una inmediata buena impresión.
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